¿PLAGIO, REESCRITURA? EL TEXTO DE LAS CITAS

¿Sería absurda la idea de construir un libro íntegramente formado por citas, en donde estuvieran borradas de ex profeso todas las marcas de sus enunciaderes primitives? ¿Podrían borrarse todas las marcas?

Suponiendo el caso ideal y promisorio de que pudiesen coexistir conformando una historia citas de distintos períodos y regiones, de diferentes contenidos ideológicos y estilos literarios. ¿Alguien notaría el cruce de voces o se perdería el dispar griterío en medio de la unidad que les sería dada por este compendio de formato único y compacto? ¿Qué es lo que primaría, la voz individual de cada une de les auteres o se podría hablar de una voz única, la del texto?

¿Cómo sería la voz de ese texto? ¿Tendría, acaso diferentes matices que podrían ser atribuidos a diversas situaciones o hechos que quedarían conformados a partir del collage o todo pasaría a ser parte de una masa uniforme en la que costaría demasiado esfuerzo reconstruir los orígenes?

Supongamos que ese texto llegara a manos de lecteres avezades, de lecteres práctiques en el arte de la interpretación y conocederes por experiencia propia de distintos registros, de diferentes tonalidades. Elles tendrían en su poder un nuevo texto, un texto ante el cual ingresarían con todo su arsenal de lectura (sea esta la experiencia viva y directa de años frente al papel, o una experiencia que también se forma frente a papeles, pero que tiene menos de viva por poseer más de académica) y comenzarían como es lógico suponer a recorrer una por una las páginas de la nueva adquisición.

No resulta para nada descabellado pensar que algunas frases o palabras o giros resultasen conocidos, sonasen en sus oídos como recuerdos de canciones viejas y apareciesen frente a sus ojos imágenes en un torbellino que podría ser tomado como un deja-vu intelectual. Es posible que frente a estas sensaciones, les lecteres intentasen encontrar, aún sin proponérselo voluntariamente, el motivo o el origen de esto que les parecerían una reminiscencia… Ingresarían entonces a sus propias bibliotecas internas en busca del título o les auteres que diesen respuesta a la resonancia de estas frases, inspirades en… en su propia curiosidad intelectual, en un afán por hallar la cita no identificada, en un acto de compasión para con le auter saqueade espuriamente por este nueve auter de dudosa reputación, desconocide, que ya en la segunda página parece ser un remedo de les auteres apócrifes de Don Quijote, en un arduo afán por encontrar la verdad, esa figura que ya hace tanto tiempo ha quedado fuera de los círculos de la literatura (por decisión propia…)

Suponiendo que diera con el volumen justo en su memoria o que éste estuviese de un modo casual frente a sus ojos en la otra biblioteca, en esa que ocupa estantes y junta polvo de comprobación física incontestable, o tal vez, pudiese hallarlo a partir de una nueva aplicación literaria para smartphone, ¿qué haría entonces, ante el hallazgo, ante la altisonante evidencia de la repetición?

Siguiendo en el campo de las suposiciones podríamos pensar en algunas de las actitudes que este lecter podría asumir inmediatamente, o luego de una meditada decisión.

Habría quienes impulsades por el espíritu de la verdad y el modelo de le auter moderne respaldade en los derechos y la propiedad intelectual, dieran la voz de alerta. Seguros de conocer el origen de una cita oculta bajo la amalgama de la nueva escritura, dieran aviso a las autoridades pertinentes, llamaran a les auteres registrades en sus agendas de miembros de un círculo intelectual selecto y comenzasen a pasar información detallada, número de página, párrafo, cantidad de palabras, indicando, por supuesto los mismo datos en el original (en lo que ha leído como original), o sea en el trabajo de su admirade, queride o asediade auter protegide.

Por supuesto, no podemos dejar de pensar que este mismo collage cayese en manos de une de les auteres saqueades en este pegamento de citas sin referencias. Dependiendo, entonces, del rango que este auter hubiese adquirido dentro del plano literario tomaría en sus manos la evidencia o llamaría telefónicamente a su editer, a su agente, quien se vería en la necesidad de leer este collage y concurrir con él a la justicia, la cual; suponiendo que no estuviese ocupada con otro caso tan o más grave que el denunciado; tomaría en sus manos la situación para llevarla a buen puerto, o a un puerto, simplemente. Convirtiéndose de esta manera en justicia lectora, en justicia crítica, o poniendo en práctica el rol de jueze de tode crítique que se precie. La ley, finalmente, sería la encargada de evaluar el despropósito y poner en casillas a su auter o a su obra.

Supongamos que todo esto se llevase a cabo en el más absoluto de los silencios, como si se tratase de el secreto de estado mejor guardado de la historia. De lo contrario, debemos prever la intervención de los medios de comunicación especializados, que irán, sin dudas detrás de las denuncias y construirán con ellas otra historia, paralela al texto primitivo, al texto juzgado, a les auteres respectives y al caso en sí mismo, pero que sin dudas, funcionará como un nuevo paratexto, como una nueva marquesina en donde se expondrán miserias y virtudes, ahora a la luz de la opinión pública, que hasta podrá hacer honores a su nombre y, opinar.

Llegado este punto, las cosas habrán entrado en un camino de progresivo interés, que durará lo que sea necesario en el tiempo y en el afán económico de sus protagonistas. Es probable que le auter o les auteres deban participar de un programa televisivo y explicar ante las cámaras los motivos que los llevaron a escribir, a pensar, a denunciar, a existir, incluso, sin que a nadie le importa demasiado la respuesta, sino cuánto, cómo y dónde pasarán a retirar sus honorarios, la suba de las ventas o el precio del segundo de publicidad. Un engranaje más en la máquina del consumo, que encuentra extrañamente para todo una respuesta, una inversión o una ganancia.

Volviendo a las posibles reacciones, no podemos olvidarnos de un sector emparentado con la literatura por decisión vocacional, pero que tiene sobre ella alguna superioridad, la que le otorga el hecho de no-escribir, o al menos, creer que no escribe literatura. Hablamos sin ir más lejos de ese sector unido por la convicción profunda de que su tarea es necesaria para que las páginas de los libros respiren, aunque más no sea por unas horas (antes de ser asfixiadas por toda una parafernalia de aparatos, interpretaciones, construcciones y destrucciones que tienen como función descubrir «eso» que el texto quiere ocultar tan celosamente), la crítica, más aún, la crítica académica.

Supongamos que este texto ha llegado a manos de la crítica académica por alguna extraña razón, por algún desliz del destino o por error. Será allí en donde alguien note la presencia de voces conocidas, y comience un rally competitivo de búsqueda, una búsqueda del tesoro sin más recompensa que el hecho simple y poco remunerativo de vencer a le adversarie académique y mostrar los conocimientos de literatura universal que se poseen.

Alguien podrá reconocer las voces de auteres contemporánees y esto le ubicará entre les académiques progresistas unides por vocación ideológica al pueblo, a la cotidianeidad, a las pasiones del mundo en el que vive y se desplaza. Otro encontrará, mayoritariamente, citas vinculadas con las Grandes Literaturas de la Historia (todo con mayúsculas) y se ubicará dentro del círculo de les erudites, les que pasaron horas y horas y días y meses y años encerrades en cubículos especiales en donde la voz de les mayeres sonaba en idiomas originarios, con tonos graves y ecos profundos. Aquel que encuentre citas de distinto rango o valor histórico, de distintos períodos y diferentes ideologías, verá sin dudas el guiño de ambos bandos, será une lecter ecléctique, une académique no especializade y esto le significará, según los hados presentes ese día, la brutal lucha de sus pares por acogerle o por expulsarle, estamos en el campo de las suposiciones, y esta situación escapa a nuestra especulaciones, han de entrar otras variables (muy variables) para determinar su destino. No descartemos, tampoco, que en este juego, algune de les participantes haga trampa y tome como propios hallazgos que no le pertenecen directamente, pero que dada su jerarquía e incumbencia le es lícito expropiar.

Nos están faltando aún, dos lecteres.

Aquele a quien todo esto le pase inadvertido, por desconocimiento, por falta de memoria, por desinterés, por ingenuidad, por poca práctica en el arte; y aquele que por arte en la práctica, encuentre finalmente algo que le haga cambiar el gesto, modificar la actitud, detenerse en la lectura, para abandonarse, luego de una reflexión, a la lectura misma, a leer con la certeza de encontrar la confirmación de eso que siempre dio por seguro: el mundo es un gran cita.

Podríamos decir, entonces que este último lecter verá allí confirmada su teoría, verá manifestarse una vez más, ahora de forma desprejuiciada, descarada, insolente o imprudente, o tal vez, simplemente, sincera, ese reescribir constante que hace sobrevivir día a mes, año a siglo, lo que llamamos literatura.

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